jueves, 4 de junio de 2009

Betis 1 – Valladolid 1: Crónica del ‘segundazo’ ( II )

Con el pitido final, todos se preguntaban cómo iban a reaccionar los jugadores. Pero la intriga se esfumó pronto: no había pasado ni un minuto desde el final del partido y la plantilla bética ya estaba en el vestuario. En el largo camino al túnel, apenas dio tiempo para ver la incredulidad de Nelson, un internacional portugués que ha cumplido en el Betis; las lágrimas de Juanito, que no podrá dejar su equipo de toda la vida con la cabeza alta; la rabia de Edú, que salvó al Betis del descenso en varias ocasiones pero que, seguramente, quedará ahora casi en el olvido; o la impotencia de Oliveira, que llegó para ser el salvador en la segunda vuelta y se ha quedado en la peor circunstancia posible: ha estado a punto de conseguirlo.


En las gradas, todo era previsible. Lágrimas. Bengalas en el Gol Sur, la zona de los ultras. Rotura y lanzamiento de asientos en el Gol Norte. Los fotógrafos que estaban a pie de campo volvían sus cámaras hacia el público y buscaban el rostro más dramático para colocarlo en la portada del día siguiente. En el palco, una multitud se agolpaba pidiendo la dimisión… E incluso la muerte de Lopera, aunque el máximo accionista, como había anunciado, no estaba allí por sus problemas de salud. La otra cara de la moneda eran los futbolistas y aficionados del Valladolid. No debe haber nada más placentero para un aficionado al fútbol que pasar un día en una ciudad que merece la pena visitar, como Sevilla, y cerrarlo viviendo in situ el éxito de tu equipo. Por unos minutos, Heliópolis se tiñó de blanquivioleta.



Como ni en el césped ni en la zona de autoridades había alguien a quien recriminarle el fracaso, la afición local comprendió que la zona de protesta estaba en la calle, en la Puerta de Cristales por la que supuestamente tenían que salir jugadores y autoridades. Antes de que hasta allí llegara el público civilizado, un grupo de iluminados empezó a lanzar vallas contra las paredes del estadio, SU estadio. En una imagen esperpéntica, incluso algunos tiraban vallas hacia arriba para verlas doblarse contra el suelo a su lado. Los petardos empezaron a sonar por la calle Tajo y aledaños. En este contexto, la Policía tardó demasiado en aparecer, pero finalmente lo hizo. Agentes a caballo despejaron la zona, mientras que los antidisturbios se encargaron de dar los primeros palos a los béticos más indígenas. Los primeros disparos de las archiconocidas bolas de las manifestaciones hicieron presencia. Incluso hubo sangre un detenido en la primera entrega de la batalla campal de la tarde. En la cabina de comentaristas de Canal Plus, rodeada de los pocos aficionados que aún quedaban en el interior del Ruíz de Lopera, Robinson y Martínez alucinaban con las imágenes que les llegaban desde los aledaños del estadio y que narraron en directo para toda España.



Con los ánimos calmados llegó la primera manifestación pacífica del beticismo por el cambio. Cambio en la cabeza visible. Cambios en unas estructuras institucionales obsoletas. Cambios en una plantilla que necesita algo más que un parcheo. Bufandas y banderas en alto, los béticos se sentaron en la explanada de Preferencia. Además de los gritos contra Lopera, sonaron los típicos “¡Jugadores mercenarios!” o “¡Esto sí que es una dictadura!”. La reivindicación terminó cuando empezó a preparase la segunda carga policial de la tarde-noche. Empezó a saltar el rumor de que los jugadores iban a salir en poco tiempo por la zona del parking, ya que hacia allí se dirigió una unidad de policías antidisturbios. La masa social verdiblanca los siguió y se plantó junto a la salida de dichos aparcamientos, a la espera de desahogarse con los que consideraban “culpables deportivos” del descalabro. A partir de ese momento, los hechos se precipitaron.



A la Policía se le fue la mano. Los agentes se pusieron nerviosos y echaron a la gente del lugar gracias a la contundencia de sus porras y la amenaza de sus bolas macizas de goma. Todo el que pasaba por allí era sospechoso de poder hacer algo malo, por lo que los palos se repartían por igual y, en la mayoría de los casos, sin razón. Unos aficionados agredieron a un periodista, que les correspondió con una patada. Padres e hijos, paseantes y vecinos de las calles colindantes corrían despavoridos sin saber de qué iba la historia. A la tómbola de los disparos de la Policía –le podían tocar a cualquiera–, se unían los lanzamientos de botellas de cervezas o piedras por parte de varios descerebrados cuya condición social debería descender, no a Segunda División, sino a la última categoría si las hubiese.


Todo se enrareció y la gente sensata abandonó el lugar, toda reivindicación pacífica había perdido su sentido. Todavía hubo tiempo para que, ya en la Avenida de la Palmera, un grupo de incomprendidos lanzara una botella contra el autobús del Valladolid. No acertó, ya que el recipiente fue a caer justo al lado de un hombre que llevaba de la mano a una niña y al que a buen seguro se le cortó la respiración. Afortunadamente, los jugadores béticos abandonaron el lugar casi en el anonimato. Y ahí se mantienen la mayoría de ellos días después de un ‘segundazo’ que se veía venir.

2 comentarios:

Mr Purple dijo...

Genial crónica tío. Ya has vivido tu primera batalla.

salmorejado dijo...

Qué triste el descenso del Betis. Pero la temporada que viene volverá a Primera seguro, y lo dice un cordobesista que espera ganarle la campaña próxima por dos veces. Enhorabuena por la crónica doble.

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